Traductor

Parque de la Alameda

Parque de la Alameda
¡ El Parque de la Alameda se viste de otoño! Vale la pena visitar Santiago

Castillo de Pambre. La fortaleza que se resistió a los "irmandiños".

¿Quién no ha divisado alguna vez la silueta de un castillo recortada contra el horizonte del cielo peninsular? ¿Quién no ha traspasado los gruesos muros de una fortaleza para descubrir lo que se esconde en su interior? ¿Quién, en fin, no conoce alguna leyenda medieval ambientada entre las almenas de una ciudadela? 


España fue, como muchos otros países, cuna de una fuerte nobleza hidalga, que sobre todo en la Edad Media edificó un sinnúmero de estas monumentales edificaciones de piedra, que se alzaban poderosas salpicando el paisaje ibérico, situadas en enclaves vitales y estratégicos buscados para la defensa de las tierras circundantes. 

Fueron varios los motivos que propiciaron la proliferación de estas fortalezas en la geografía peninsular, pero podemos destacar como muy importantes, sin riesgo a equivocarnos, la recuperación por parte de las tropas cristianas de territorios que se habían hallado en manos árabes durante centurias, y la universalidad del Camino de Santiago, que atrajo numerosos peregrinos españoles y de otras regiones de Europa, y a los cuales había que ofrecerles protección y cobijo. 

Las tierras gallegas no fueron ajenas a este despliegue arquitectónico, pues más de 130 castillos elevaban sus majestuosas torres entre bosques de castaños y eucaliptos, pero su propia historia, sobre todo la acaecida en el Medievo, se ha encargado de privarnos del disfrute de estos fortines, que fueron derribados uno tras otro durante las Revueltas Irmandiñas, que se sucedieron entre 1467 y 1469. 

Estas guerras civiles entre nobles y vasallos, sobre las que hablaremos en otra entrada de este blog, supusieron la devastación y posterior desalojo de la gran mayoría de estas ciudadelas, pero hubo una en particular que se resistió a sus embates y cargas y es sobre la que hoy queremos fijar nuestras miradas y los objetivos de nuestras cámaras. 

Vista general del Castillo de Pambre
Nos referimos, cómo no, al Castillo de Pambre, robusta edificación que se encuentra enclavada a orillas del río del que toma su nombre, en la comarca de Ulloa, cerca de Palas de Rei, provincia de Lugo. 

¿Cómo es posible que esta fortaleza no sucumbiera a los ataques de estos campesinos como lo habían hecho otros castillos igualmente amurallados? 

La respuesta es simple. Como estas Hermandades carecían de medios de lucha que les ofrecieran ventaja en las ofensivas, utilizaban su ingenio, horadando y socavando los pilares del castillo desde los alrededores del mismo, hasta provocar que la fortaleza se viniera abajo una vez los cimientos se encontraban totalmente desprotegidos. 

Detalle de una de las torres del castillo
Pero Pambre no ofreció esa posibilidad y su estrategia no tuvo éxito. Este fortín está levantado sobre piedra viva, de tal forma que los esfuerzos que estos sublevados llevaron a cabo para echar abajo las murallas, resultaron infructuosos y una total pérdida de tiempo y energías.
En la actualidad, descubrir este castillo situado en lo alto de una rocosa colina, requiere un ejercicio de cuando menos, paciencia, pues para llegar hasta él desde Palas de Rei, hay que tomar la comarcal 547 dirección Santiago de Compostela y a un kilómetro y medio aproximadamente coger el desvío a la izquierda señalado como Lu-40-08. 

Carretera que nos conduce hasta las inmediaciones del castillo


Tras tomar esta desviación nos esperan cuatro largos kilómetros de estrecha y sinuosa carretera que bajo un dosel de soutos y carballos nos conducirán hasta el castillo, al que por fin accederemos tras descender una pronunciada pendiente de unos 200 metros. 

Más de ocho centurias de historia nos dan la bienvenida, dado que sus muros se levantaron allá por el siglo XIV bajo el auspicio de Don Gonzalo Ozores de Ulloa, de cuya casa podemos ver el escudo sobre la puerta de entrada principal.

Detalle de la puerta y el escudo de los Ulloa


A su sombra transcurrieron las batallas que sostuvo Don Alonso de Fonseca y Acevedo, arzobispo de Santiago, con la nobleza local, y que le condujeron a un exilio fuera de tierras gallegas, intercambiando con su tío el sillón arzobispal de Sevilla. 

De igual manera, las crónicas cuentan que sus torreones fueron mudos testigos de las luchas entre Pedro I el Cruel y Enrique de Trastamara, por ser los Ulloa partidarios de Pedro I, pero si repasamos detenidamente la historia, vemos que hay un anacronismo importante entre la fecha de la construcción del castillo, 1375, y la fecha del homicidio de Pedro I a manos de su hermanastro Enrique de Trastamara, que acaeció el 14 de marzo de 1369, tras la batalla de Montiel. 

El grosor de sus muros se puede apreciar en estas troneras abiertas al exterior


Posiblemente fueran los antecesores de Gonzalo Ozores de Ulloa los que realmente estuvieran involucrados en estas batallas fratricidas y fueran las tierras de Ulloa en general el escenario de estas luchas intestinas por la consecución de la corona de Castilla. 

Como quiera que sea, las propiedades de esta heredad ya estaban en manos de los Ulloa antes de que se iniciasen los enfrentamientos entre Pedro y Enrique, y fueron perdidas cuando Vasco López de Ulloa, padre de Gonzalo, eligió luchar al lado del rey Pedro I. 

Detalle de una tronera


Enrique II, como monarca vencedor, concedió los estados de Ulloa y Monterroso a Don Pedro, Conde de Trastamara y Condestable de Castilla y únicamente fue la amistad y la alta estima en que el noble tenía a Gonzalo lo que permitió que éste recuperara su antigua heredad y levantara el castillo, ya que le fue concedida la gracia de recobrar sus tierras. 


El hórreo es una construcción de fecha posterior a la edificación del castillo.
Inmediatamente detrás se puede ver la capilla de San Pedro

La fortaleza de Pambre siguió en manos de la familia Ulloa durante siglos, pues los Condes de Monterrey no son otros que los descendientes de Gonzalo, Sancho y Teresa, que en 1474 y por merced del rey Don Enrique IV obtuvieron el título de Condes de Monterrey, en premio a los servicios que Sancho había prestado a dicho monarca. 

Un documento de aforamiento a perpetuidad fechado en 1702, describe la ruina de la construcción principal y confirma el foro a los miembros de la familia Moreira, que ya venían ejerciendo como caseros desde tiempo atrás y a los que a mediados del siglo XIX el Duque de Alba, dueño a la sazón de la fortaleza, cederá la propiedad. 

En 1895 un secretario del Duque se propone realizar una venta ilegítima de la fortaleza, viviendas anexas y tierras vinculadas, a José Soto, vecino de Palas de Rei. 

Esta transacción, estimada en 27.000 pesetas, no llegó a consolidarse, al ser denunciada por la familia Moreiras, que continuó ejerciendo la propiedad y a la que los tribunales otorgaron definitivamente la razón en 1912. 


Interior de la capilla de San Pedro




El último propietario de la familia Moreiras, en 1974, vende la propiedad a Manuel Taboada Fernández, Conde de Borraxeiros, quien paga 2.000.000 de pesetas por la fortaleza y las fincas adyacentes, testando a su muerte a favor de los Hermanos Misioneros de Enfermos Pobres de Vigo, que después de muchos avatares han podido deshacerse de las propiedades vendiéndoselas a la Xunta por unos 5 millones de euros. 

Como quiera que sus últimos propietarios no le prestaron la debida atención y cuidados, el castillo ha ido sumiéndose en un estado de dejadez y abandono palpable en cuanto se traspasa su muralla exterior, pues si bien mantiene una presencia de recia fortaleza, sus interiores presentan ruinas y maleza por doquier, dejando sólo vislumbrar lo que en un momento fue la mejor muestra de arquitectura medieval militar que existió en Galicia.

Exteriores de la fortaleza

Como hemos dicho al principio de nuestra exposición, los lienzos exteriores se adaptan a la configuración rocosa e irregular del terreno, mostrando un grosor no inferior a los dos metros en todo su perímetro, alcanzando hasta los 5 metros de anchura en la zona de la puerta. 

Apoyados en el lienzo de la torre se pueden apreciar los escudos de armas de los Ulloa
El acceso al interior se realiza a través de una pequeña puerta con arco de medio punto, recibiéndonos en su interior un edificio de planta cuadrada con cuatro torres almenadas en las esquinas y unidas entre sí para formar una segunda muralla, y a su derecha se localiza la capilla de San Pedro, construida a finales del siglo XII. 

En el centro se sitúa la Gran Torre o Torre del Homenaje, dividida en tres pisos y con una planta de 11 metros de lado.


La primera altura es ciega, y su interior se ilumina a través de pequeñas ventanas con faladoiros o banquitos de piedra donde los habitantes de la fortaleza se sentaban a conversar, derrame interior y arco rebajado.

En estas imágenes podemos apreciar los "faladoiros"


La segunda planta se eleva unos 5 metros del suelo y existen vestigios que permiten imaginar un puente interior que comunicaría esta planta con la muralla, a través de una puerta con arco apuntado y escudo de armas de los Ulloa. 


En la tercera planta hay un ventanal de arcos apuntados. Todas las torres están almenadas en voladizo con almenas en punta. 





Detalle de las almenas
Un tranquilo paseo entre las ruinas de este castillo, nos depara agradables sorpresas que la guía que nos acompaña nos va desvelando según avanza nuestro itinerario.

Salida de las letrinas

Via de escape del castillo

Horno utilizado para cocinar 


En ambas fotos podemos apreciar el grosor de los muros


Vía de escape del castillo

Interior del aljibe
Nosotros, en particular, estamos interesados en localizar marcas de canteros, pues sabemos que sus muros albergan cantidad de ellas, y nuestra cicerone se encarga de ir señalándonoslas aquí y allá, grabadas con cincel y maza sobre el granito de las paredes. ¿Que quieren decir estos signos? ¿Alguien lo sabe en realidad?
Marcas talladas en las piedras del castillo



No se puede afirmar que sea un enigma resuelto el origen de estos trazos, pero sí han sido muchos los que los han estudiado, rastreado, contabilizado, y han conseguido entresacar algunas teorías, todas ellas acertadas y aceptables sobre posibles significados o intencionalidad de estos signos medievales, que no son fruto de un sólo origen sino de varios orígenes, labrados, como ellos mismos, a lo largo de los tiempos y de laboriosas manos, y susceptibles por tanto de muchas y muy diversas interpretaciones. 

La principal de estas teorías viene dada por M. Didron y el famoso restaurador Viollet Le Duc, en el siglo XIX:

"Las marcas de cantero son signos lapidarios pertenecientes a la categoría de signaturas personales de los canteros, aparejadores y Maestros de Obra, que en muchos casos servían para señalar el trabajo realizado por cada uno, para así determinar el salario correspondiente".  




Esta es la idea general del significado de las marcas, pero no así la única. Sí que es cierto que muchas de ellas son firmas genuinas e individualizadas del cantero que marcó esa piedra, y que puede llegar a repetirse cientos de veces en el muro de una obra. 

Estas marcas consideradas “firmas” pueden venir simbolizadas bien por la inicial del nombre del cantero autor, por alguna insignia personal o familiar, y también, en ocasiones, por alusiones simbólicas a elementos con los que el autor se siente identificado, ya sean ideológicos, profesionales, religiosos... En ocasiones, incluso, se han encontrado piedras firmadas con el nombre completo del tallador, bien en solitario, o bien acompañado de la expresión “me fecit” (Me hizo). 



Algunas de estas firmas pueden corresponder, no al cantero tallador, sino al Maestro de obra, o a la logia a la que el cantero en cuestión pudiera pertenecer; otras dejan la huella del donante o patrocinador de la obra, e incluso se han encontrado marcas graffiti de peregrinos y otros signos (generalmente una “R”) de restauradores posteriores de la construcción. 

Otras marcas que pueden encontrarse repetidas son las llamadas “marcas rectoras” o marcas de obra, como aquellas que indican cómo se encontraba posicionado el bloque en la cantera para que, al colocarlo, trabaje a compresión en su postura natural. Pueden indicar lechos, sobrelechos y paramentos. También pueden ser marcas de ensamblaje para indicar la posición y ajuste correctos de la piedra en un sillar, columna, arco... o muescas de amarre dejadas por los materiales de transporte y sujeción de las piedras que se caracterizan por su uniformidad en el tallado. 

Pero llaman mucho más la atención y son mucho más sugerentes esos signos lapidarios que no se repiten en las piezas de la construcción, sino que se encuentran aislados y separados unos de otros. Se ha especulado mucho sobre el enigma de estos signos llamativos por su singularidad, por su originalidad, y también a veces porque parecen querer hablarnos.



Algunas teorías afirman que estos signos solitarios pueden constituir mensajes secretos que los miembros de las logias se dejaban en la piedra para ser leídos por los propios compañeros de la obra con el fin de transmitirse así sus conocimientos, o incluso avisos para o entre los caballeros de distintas Órdenes que pasaban por allí. 

Ni siquiera los más expertos han conseguido descifrar hasta ahora el verdadero enigma que se esconde en los mensajes de estas piedras. Tal vez sea mucho más simple y sencillo de lo que imaginamos, pero resulta poético pensar que esas manos dejaron sus misteriosos conocimientos tallados en la roca, como testimonio y legado para las generaciones que aún están por venir. 

Nuestra visita toca a su fin, y nos vamos con la retina complacida por todo lo visto y la mente impregnada de historias y leyendas de reyes y nobles medievales. 


Poco más se puede decir de esta regia fortaleza, salvo que esperamos que las Instituciones que se han hecho cargo de ella sean capaces de devolverle al menos un mínimo del esplendor que debió tener hace siglos y que ahora apenas se aprecia y vislumbra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario